sábado, 17 de mayo de 2008

El desarrollo del capitalismo

Las formas que han adoptado las culturas para sobrevivir materialmente han correspondido a particulares sistemas de ideas y creencias. La vida material y la espiritual constituyen una unidad indisoluble. Por ello, conforme el capitalismo se fue imponiendo, la manera de concebir el mundo y el sentido de la vida se modificaron. Pero también ocurrió a la inversa, conforme la manera de concebir el mundo y el sentido de la vida se transformó, el capitalismo se impulsó.
El sistema capitalista se acompañó de una misión civilizadora que pretendió legitimarlo y justificarlo. Esta misión impuso –en forma pacífica o violenta- los valores, las creencias y las costumbres propios de la llamada civilización occidental: la modernización, la fe en el progreso, la superioridad de los blancos, el cristianismo como suprema religión y el trabajo como la más elevada virtud. Frente a este complejo todos los obstáculos y resistencias puestos por los rebeldes o socialistas, por los pueblos primitivos o por imperios tradicionalistas como los asiáticos se derribaron.
La competencia entre las potencias por colocarse en el primer lugar, en la posición hegemónica, trajo fricciones, luchas y guerras que desembocaron en la primera conflagración mundial.

La idea del progreso
A lo largo del siglo XIX la industrialización prosiguió y se acompañó de descubrimientos científicos e innovaciones tecnológicas. En esta época, la idea de que la humanidad avanzaba hacia el progreso se consolidó y frecuentemente se unió a la idea de evolución. Se creyó que a lo largo de la historia los seres humanos se habían acercado a la verdad y que sus posibilidades para resolver problemas, ser felices y dominar su entorno eran cada vez mayores.
En la obra de varios pensadores franceses de la Ilustración, la idea del progreso ya se había expresado. El marqués de Condorcert, por ejemplo, escribió un libro titulado Esbozo de un cuadro histórico del progreso del espíritu humano, en el cual sostuvo que la liberación de los individuos de la opresión, la sumisión y la tiranía del destino era un episodio que indicaba la marcha hacia el perfeccionamiento humano.

El conde Saint-Simon dedicó sus mayores esfuerzos a descubrir leyes del progreso tan exactas como las leyes de las ciencias naturales. Como ya se señaló antes, para él la edad de oro de la humanidad se alcanzaría pronto, cuando la sociedad fuera dirigida por los industriales, los científicos y los artistas.La tesis de Saint-Simon se difundieron y tuvieron mucha influencia en la formación de la visión del mundo, la educación y las políticas científicas de los gobiernos. Su continuador, Augusto Comte, creó una nueva ciencia: la Sociología, encargada de estudiar la estructura y funcionamiento de las sociedades. Para ello propuso una nueva teoría: el positivismo, y la presentó como una nueva religión de la humanidad.

En el siglo XIX casi todos los proyectos de sociedad –incluidos los socialistas- afirmaron que la tendencia al progreso era natural, es decir, estaba dada por las leyes de la Naturaleza o por Dios. Nada ni nadie podía oponerse a este determinismo. La finalidad del conocimiento era encontrar la esencia, o sea, lo que determinaba el movimiento general de la Naturaleza y la historia de las sociedades. La actitud científica y racional era la interesada en conocer la forma exacta del comportamiento de esas leyes, en adecuarse y actuar conforme a ellas, e incluso en desplegar la voluntad para promoverlas. De esta forma, la fe en el progreso mantuvo muchos elementos de esa nueva religión que Comte había querido impulsar.

En el siglo XIX y aun en el XX, la fe en el progreso se convirtió en el fundamento del comportamiento de la burguesía. Con este principio se justificó la incesante acumulación de capitales y el dominio de los pueblos atrasados por las potencias imperiales europeas y por la norteamericana.

A pesar del reconocimiento generalizado de la idea del progreso, también surgieron dudas y críticas a ellas. El economista Thomas Malthus, en su Ensayo sobre el principio de la población (1798), avizoró algunos nubarrones al advertir que la población siempre crecía más aprisa (en progresión geométrica) que los medios de subsistencia (en progresión aritmética), lo cual en el futuro generaría hambre y violencia. El liberal inglés John Stuart Mill, aunque reconocía el progreso humano, advertía los peligros que podía traer el conformismo social y cultural. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche hizo un diagnóstico desesperado y trágico de su época y cuestionó el hecho de que sobre la razón y las creencias admitidas se crearan falsas esperanzas sobre el futuro. Para él, lo que realmente movía a los seres humanos no eran las virtudes, sino el instinto, el miedo, el egoísmo, el ansia de poder y la voluntad de dominio.

La segunda Revolución Industrial
A lo largo del siglo XIX la población europea se cuadriplicó. El crecimiento de la población y del consumo de mercancías impulsaron la producción industrial que requería cada vez mayor cantidad y diversidad de materias primas. La necesidad de materias primas incidió en el descubrimiento y explotación de nueva fuentes, muchas de las cuales se encontraron en el continente americano, en la Europa del este o bien en las colonias asiáticas y africanas.
A partir de 1860, en Europa y Estados Unidos de América, se registró una nueva ola de grandes descubrimientos científicos y adelantos técnicos. A este fenómeno se le conoció como la Segunda Revolución Industrial.

Aunque en los países industrializados la actividad económica fundamental siguió siendo la agricultura, la fabricación de máquinas, armas y vehículos de transporte; la siderurgia, la industria química y la electrotécnica fueron concentrando mayores inversiones. Esto condujo a los países no industrializados a desempeñar el papel de surtidores de granos y otros alimentos y materias primas. Entre 1800 y 1900 se inauguraron áreas agrícolas de explotación en regiones subdesarrolladas y se descubrió la mayor parte de las riquezas minerales, como el níquel en Canadá, el cobre y el zinc en Australia, el salitre en Chile y el estaño y el caucho en Malasia.
La economía mundial entró en una mayor interdependencia. Los países pobres y ricos se necesitaron mutuamente. A esta época se le ha considerado como la primera globalización de los mercados.

Los grandes volúmenes de importación y exportación de mercancías tuvieron un fuerte impacto en el desarrollo de las comunicaciones y los transportes. Se necesitaban vehículos que soportaran cargas pesadas y cruzaran grandes distancias a alta velocidad. Asimismo, era necesario dinamizar los negocios y mantener una permanente comunicación entre compradores y vendedores.

Gracias a los avances de la electricidad, la comunicación a la larga distancia –inalámbrica o por radio- se hizo posible. Desde 1836 Morse había inventado el telégrafo. En 1845 se inauguró el telégrafo público y para 1877 se instaló el teléfono (Grahan Bell), más adelante perfeccionado por Edison.

En la segunda mitad del siglo XIX, en toda Europa se tendieron redes de ferrocarril. La introducción de los ferrocarriles provocó gran euforia entre los usuarios. Simbolizaron el control de la Naturaleza por el hombre y la tan deseada marcha ascendente hacia el progreso. El mundo se achicó y los viajeros se sintieron potentes y libres.

El ferrocarril disciplinó a su clientela a horarios precisos de llegada y salida. El “tiempo es dinero”, hay que “ahorrar tiempo”, no debe “mal gastarse el tiempo” fueron algunas frases que, aunque no eran nuevas, se hicieron populares en esta época. Éstas indicaron cómo se había extendido la conciencia del tiempo. La división en horas, minutos y segundos fue un factor para el cálculo de las jornadas de trabajo, las distancias y el ordenamiento de los flujos de seres humanos y capital.

A la Segunda Revolución Industrial se le conoce también como la “era del ferrocarril” y también se le ha llamado la “era del acero”. A partir de 1875 se empezó a usar el acero para la construcción de máquinas, herramientas y armamento y se descubrió el acero inoxidable. El acero tiene propiedades exclusivas para la construcción de motores de combustión interna, generadores eléctricos y turbinas de vapor. La sustitución de rieles de madera y hierro por los de acero le permitió a las locomotoras transportar grandes volúmenes y cargas pesadas a gran velocidad y reducir el costo del transporte. Más adelante se diseñaron líneas aerodinámicas para reducir la resistencia de las locomotoras al aire. Los barcos también recibieron los beneficios del acero. Los cascos de madera fueron reemplazados por cascos de acero y se incorporaron calderas y hélices de este metal. Con ello, también los barcos aumentaron su capacidad de cargo y velocidad para cruzar los océanos. El desarrollo de los ferrocarriles y los barcos de vapor permitió a los europeos comprar grandes cantidades de trigo a Rusia y América.
El automóvil también se desarrolló gracias al uso del acero. El Lenoir, Hugon y Otto fueron fabricados en la década de 1860. le siguió el Gottlieb Daimler y el Kart Friedrich Benz fabricados en Alemania, Inglaterra y Francia.

Parte importante de la Segunda Revolución Industrial fue el descubrimiento de la disposición estructural de los átomos en una molécula, lo cual se aplicó a la química industrial, y el descubrimiento de fuentes petrolíferas subterráneas. En ellas se aplicaron nuevos métodos de extracción de petróleo crudo y de refinación.

Los primeros grandes yacimientos de petróleo se descubrieron en Pensilvania en 1859. La Standard Oil se fundó en 1870. en su fase inicial, el petróleo se usó para fabricar lámparas de queroseno, lubricantes, grasas y combustible bruto de uso doméstico. Posteriormente fue imprescindible para la industria y los transportes. También en este terreno sirvió el acero, pues permitió perfeccionar los barrenos rápidos para la extracción del petróleo y más adelante para la explotación de diamantes en Holanda y en Estados Unidos de América.
Los experimentos científicos con electricidad se aplicaron a la gran industria a fines del siglo XIX. Grandes plantas generadoras fueron instaladas en Londres, Nueva Cork y Milán. Esta nueva fuente de luz, calor y energía contribuyó a cambiar el sentido del tiempo y de la vida. Al permitir que las noches iluminadas alargaran los días, los restaurantes, los bares, los conciertos, la ópera, el teatro y otros espectáculos emplearon gente y modificaron los usos y costumbres, así como la fisonomía de las ciudades.

El desigual desarrollo económico.
A lo largo del siglo XIX, Inglaterra, Francia, Bélica, Holanda, Alemania, Estados Unidos de América y Japón consolidaron su posición como grandes potencias económicas y militares. La nueva tecnología y los avances científicos ocurrieron fundamentalmente en estas naciones. Aquí, el desarrollo del capitalismo fue mayor porque sus poderosas compañías por acciones –ahora poseedoras de ferrocarriles, concesionarias de canales y propietarias de consorcios- mantuvieron buenas relaciones con sus gobiernos. No obstante, sin llegar a adquirir su riqueza, a finales del siglo XIX y a principios del XX, en Italia y la península Ibérica, en los países escandinavos y en la Rusia europea, en algunos países de América Latina y, sobre todo, en Canadá, también se fueron introduciendo algunos adelantos. Para el siglo XX todo el planeta participaba de una u otra forma, en el sistema capitalista mundial con sectores agrícolas o mineros dedicados al comercio internacional o bien a la manufactura y la industria.

El desarrollo del capitalismo ha sido desigual, así también la concentración de la riqueza y el bienestar. Según algunos pensadores –como el sociólogo alemán Max Weber- el racionalismo, el sentido de la responsabilidad en el trabajo, el ahorro, el individualismo y el pensamiento libre y creativo fueron cualidades que favorecieron del espíritu de empresa y la rápida expansión de la industria y el mercado.

En cambio, la ausencia de estas cualidades en pueblos extraeuropeos o pertenecientes al Hemisferio Sur de plantea ha sido el mayor freno del progreso. Pero lo que realmente explica los diferentes grados de desarrollo es encuentra en la historia de la conquista de los mercados. En ella puede advertirse cómo las grandes potencias europeas, junto con Estados Unidos de América y Japón, utilizaron diversos métodos para obligar o convencer a los pueblos de explotar y vender sus recursos naturales y humanos y de comprar lo que los países industrializados ofrecían. Se intentó que, de la noche a la mañana, se borraran las antiguas tradiciones y se adoptaran las reglas del capitalismo y la burguesía liberal.

En las últimas décadas del siglo XIX empezó una nueva fase de colonización mundial, la cual se ha designado con el nombre de imperialismo. Con anterioridad, la palabra imperialismo se había referido al derecho del Imperio Británico de defender su comercio internacional y sus colonias, así como el impulso expansionista francés en tiempos de Napoleón I y Napoleón II. Ahora, el término indicó tanto el derecho de las grandes potencias imperiales a defender sus intereses coloniales como la nueva tendencia de la economía mundial.

En la época del imperialismo –que coincide con la Segunda Revolución Industrial- las potencias imperiales no se interesaron en ocupar territorios y probarlos con colonos o fundar bases comerciales como había ocurrido desde el siglo XV. En esta época, su mayor interés fue invertir en otros territorios para controlar la producción y transportación de valiosas materias primas, emplear su mano de obra barata y crear nuevos mercados que compraran sus productos, sobre todo, sus máquinas.

Europa otorgó préstamos a los países colonizados para que los invirtieran en los transportes y comunicaciones necesarios para la exportación de materias primas. Por ello, la infraestructura de las colonias (ferrocarriles, puertos, carreteras y caminos) se construyó para el servicio de las metrópolis, generalmente siguiendo una línea recta entre las plantaciones y minas y los puertos. Estos préstamos debían pagarse según las condiciones fijadas por las compañías, los bancos y grupos financieros de las primeras potencias.

Entre otros muchos factores, el crecimiento de las deudas de los países colonizados y la corrupción de sus gobiernos y burguesías locales impidieron su industrialización. Las elites sí consumieron los productos manufacturados de los países desarrollados, pero no la mayoría de la población que se mantuvo en la pobreza. No obstante, las metrópolis transformaron las arcaicas relaciones económicas mantenidas por siglos en las colonias por unas más modernas basadas en el trabajo intensivo y especializado. Estos cambios estuvieron acompañados de la difusión de los conceptos culturales, valores religiosos, usos y costumbres de la llamada “civilización occidental”.
Aunque el interés económico fue el básico, la nueva conquista de los mercados tuvo que aparentar no ser bárbara o injusta. Cada una de las grandes potencias desarrolló la idea de haber sido elegida por fuerzas providenciales o supranaturales para civilizar al resto del mundo.
Estas misiones civilizadoras insistieron en la división del mundo en razas inferiores y superiores, en pueblos desarrollados y primitivos, en naciones cultas e ignorantes, educadas o bárbaras. Con ello llegaron a justificar incluso el exterminio de poblaciones enteras.

A partir de 1880 las grandes potencias entraron en una intensa competencia por el control de los mercados. En Europa esta competencia propició numerosos pactos y alianzas, con los cuales se trató de evitar la violencia y mantener el equilibro. No obstante, el clima de tensión mundial se fue incrementando. Las grandes potencias industriales crearon sus esferas de influencia o zonas de acceso exclusivo y se repartieron completamente el mundo.
Todos los territorios apetecibles de África y muchas regiones ricas del Medio Oriente y Asia se convirtieron en esferas de influencias de las potencias europeas.

La formación de los nuevos Estados Nacionales había fortalecido la creencia en que el futuro sería para las naciones industrialmente más fuertes, o mejor dotadas, y para aquellas que acumularan mayor voluntad o inteligencia. La política internacional se convirtió en una lucha entre las potencias por colocarse en el primer lugar, por tener la supremacía o hegemonía mundial. Por ello, a finales del siglo XIX empezó un proceso de rearme, principalmente naval, pues se pensó que el dominio del mundo estaba en control de los mares.

PREGUNTAS DE COMPRENSIÓN
1. ¿En qué consistió la misión civilizadora que intentó justificar al capitalismo?
2. ¿Qué opinas sobre la tesis de Condorcet en su Esbozo de un cuadro histórico del progreso del espíritu humano?¿Crees que es cierta o falsa? ¿Por qué?
3. ¿Cuál es tu opinión sobre la tesis de Saint Simon? ¿Por qué?
4. ¿Quién es el fundador de la Sociología?
5. Menciona cual era la actitud que se tenía ante el progreso en el Siglo XIX. ¿Compartes esa opinión? ¿Si? ¿No? ¿Por qué?
6. ¿Por qué en el texto dice que la fe en el progreso se convirtió en la justificación del comportamiento de la burguesía?
7. ¿Cuál era la tesis de Thomas Malthus en su Ensayo sobre el principio de población? ¿Crees qué es verdadera o falsa? ¿Por qué?
8. ¿A qué se le conoce como la Segunda Revolución Industrial?
9. ¿Qué simbolizó la entrada del ferrocarril en Europa en el siglo XIX?
10. ¿Cuál fue la importancia del acero?
11. ¿Cuáles son los factores que propone Max Weber que propiciaron la expansión de la industria y del mercado en Europa? ¿Crees que esta tesis es cierta o falsa? ¿Por qué?
12. ¿Crees que es una coincidencia que el Imperialismo haya coincidido con la Segunda Revolución Industrial? ¿Por qué?
13. ¿Qué impidió el desarrollo industrial de los países colonizados?
14. ¿Por qué crees que Europa ayudó por medio de préstamos a los países colonizados para que invirtieran en transportes, comunicaciones (necesarios para la exportación de materias primas)?

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