sábado, 7 de junio de 2008

La Primera Guerra Mundial

1. Antecedentes.
A fines del siglo XIX y principios del XX, los cambios tecnológicos y el desigual crecimiento económico crearon gran inestabilidad en el sistema internacional. El miedo de perder su preponderancia y el deseo de aumentar su poder económico había lanzado a las grandes potencias a una frenética lucha por conquistar los mercados de África, Asia y el Pacífico. Esta lucha se acompañó de una incesante carrera armamentista y de la creación de alianzas militares entre naciones.
Finalmente se organizaron dos bloques: los países de la Entente o aliados (Gran Bretaña, Francia, Rusia, Italia y Estados Unidos de América) y los Imperios centrales (Alemania y Austria-Hungría).
A pesar de las críticas de los socialistas y pacifistas a la guerra, la mayor parte de la población europea quedó convencida de que debía mantener la unión en sus países por encima de cualquier otra cosa.
El patriotismo y el entusiasmo por la guerra cundieron. Los hombres y las mujeres, sobre todo los de las grandes potencias industriales, se entregaron en cuerpo y alma a defender su nación del enemigo. Nadie sospechaba que significaría tal decisión.

La expansión del socialismo en Europa.
A principios del siglo XX, por Europa se había extendido la idea de que el sistema capitalista provocaba el egoísmo, la desigualdad y la injusticia sociales. El socialismo se miraba como el único proyecto capaz de sustituirlo.
Como se recordará, para ese momento, los partidos socialistas se habían multiplicado por todo el mundo y el número de sus miembros había crecido. La base de estos partidos estaba formada por los sindicatos obreros que constituían una importante fuerza de oposición contra la burguesía industrial. La huelga era su mejor arma de lucha y frecuentemente la utilizaban para conseguir mejores condiciones de vida y trabajo.
Los trabajadores defendieron su derecho al ascenso social y demandaron que las clases populares disfrutaran de todas las ventajas del mundo industrial. La expansión de la prensa, la educación y la publicidad habían generado nuevas necesidades materiales, como una alimentación más variada, mejores vestidos, casas habitación más amplias y con mayores comodidades.
En Inglaterra, la Sociedad Fabiana buscaba el avance paulatino del socialismo con el objeto de que la clase trabajadora llegara a dominar los destinos del Estado. Las ideas fabianas las recogió el Partido Laborista Independiente, fundado por Keir Hardie, del cual surgió el Partido Laborista (1906) –existente hasta nuestros días-. En sus inicios, este partido apoyó al Partido Liberal.
En Francia se había desarrollado una gran polémica entre mutualistas moderados, socialistas reformistas, socialistas revolucionarios y anarquistas. Esta polémica había dado lugar a la formación de varios partidos.
En Alemania y en las regiones germano parlantes, los socialistas estaban en el camino de conseguir la mayoría en las elecciones. Con gran influencia de los fabianos, Eduard Bernstein propuso una revisión de las concepciones de la socialdemocracia alemana y del marxismo. Como ya se señaló antes, se pensó que el marxismo se había equivocado, pues el nivel de vida de los trabajadores había mejorado, la educación se había extendido a las clases populares, los gobiernos habían reconocido a los sindicatos y la democracia gozaba de cierto respeto.
El liberalismo, el socialismo, el anarquismo y el nacionalismo se habían opuesto a las tradicionales ideas de las Iglesias Cristianas y, sobre todo, a las católicas.
A lo largo del siglo XIX, el poder de la Iglesia católica decayó por la proliferación de nuevas ideologías y también porque la Iglesia criticó la cultura moderna por negar la revelación divina y lo sobrenatural y por proponer la libertad de cultos y la moral autónoma. El rápido crecimiento de la población en las ciudades y los centros industriales no dio lugar a un incremento equivalente de la actividad religiosa.
Durante el papado de León XIII, las cosas cambiaron. La Iglesia propuso la doctrina del catolicismo social. El papa dio a conocer la encíclica Rerum Novarum (1891). En ella condenó los principios materialistas del socialismo y defendió el derecho a la propiedad privada y el concepto católico de familia; pero, por otro lado, también condenó la despiadada competitividad económica que generaba el capitalismo y la creciente acumulación de la riqueza en pocas manos.
El papa llamó a los católicos a crear asociaciones que ayudaran a paliar la pobreza, a defender los intereses de los trabajadores en las fábricas y el salario justo; a valorar la dignidad del trabajo y promover la creación de seguros médicos, de accidente y de vida. Por este medio, deseaba quitarle fuerza al socialismo.

El armamentismo
En los primeros años del siglo XX, se acumularon fuertes tensiones entre los Estados nacionales. En 1899 y en 1907 se celebraron dos conferencias internacionales por la paz en La Haya (Holanda) cuya finalidad fue detener la feroz competencia por la producción de armamento que había comenzado las grandes potencias a fines del siglo XIX.
Inglaterra y Alemania construían poderosos barcos de guerra, llamados acorazados, e incorporaban descubrimientos técnicos recientes a los rifles, las ametralladoras y la artillería. Ambas naciones consideraban que el dominio de los mares era el dominio del mundo y ambas estaban interesadas en ello. Las otras grandes potencias seguían caminos similares, sobre todo Francia, la cual no perdonaba el agravio sufrido a manos de los alemanes en la Guerra franco-prusiana y se inquietaba por el poderío bélico que acumulaba su vecina alemana.
En las conferencias de La Haya, la carrera armamentista no se pudo detener, en parte porque Alemania rechazó el desarme. Sin embargo, se concretaron algunos pocos acuerdos, como el tratamiento de los prisioneros de guerra. En caso de desatarse los conflictos bélicos, éstos debían ser alojados y alimentados adecuadamente, contar con asistencia médica y permiso para enviar y recibir correspondencia.
El estallido de una guerra entre las potencias era algo que podían prever los políticos y militares, los fabricantes de armamentos y los funcionarios de los gobiernos, pero que pasaba inadvertido para la mayor parte de la población europea. Una guerra generalizada de enromes y destructivos alcances era algo inimaginable. Pero en los últimos años del siglo XIX, con el auge de los movimientos nacionalistas, filósofos, poetas, artistas y profesores exaltaban el patriotismo, el sacrificio y el derramamiento de sangre de los pueblos. En ellos veían los valores esenciales que habían salvado la civilización. En pequeñas sociedades, en organizaciones tanto pangermanas como paneslavas y en asociaciones de excursionismo inglesas, alemanas y austriacas se transmitía la idea de la existencia de naciones elegidas por fuerzas supranaturales que tenían como destino realizar la misión civilizadora. En estas organizaciones se trataba de preparar a los jóvenes –a través del orden y la disciplina- para defender con fuerza y voluntad los valores de su cultura nacional.
Aunque lo que se exaltaba en todas la s potencias era el nacionalismo, había diferencia en los proyectos de cada una. Mientras intelectuales y científicos alemanes, austriacos y eslavos difundían el carácter enérgico y la superioridad de la personalidad de cada uno de sus pueblos; franceses y británicos defendían el liberalismo anglosajón y los principios de la Revolución Francesa como guías para el progreso y la salvación de la humanidad.
La enseñanza de la historia nacional contribuyó a exaltar los sentimientos patrióticos y nacionalistas. A los franceses se les enseñaba que el enemigo siempre había venido del este y que la más agresiva ofensa reciente era la del águila prusiana que le había arrancado a Francia la Alsacia y la Lorena.
En las escuelas alemanas se enseñaba que la nación germánica había sido conquistadora y colonizadora y que este pasado debía renacer, puesto que ella era la guardiana de la civilización occidental frente a la multitud de eslavos que la amenazaban desde el este. Los niños alemanes aprendían que su nación tenía que cuidarse del este pero también del oeste inglés y francés. Alemania se sentía rodeada y sabía que en caso de emergencia sólo contaría con la ayuda de Austria- Hungría y Turquía.
La historia de Rusia relataba las cualidades de los eslavos como pueblos unidos que habían sabido defender sus territorios de todos los invasores: primero de los guerreros escandinavos, después de los teutones y polacos y, más tarde, de los tártaros del sur y del peligro japonés.
Los socialistas denunciaron los preparativos de un conflicto bélico. También lo hicieron los partidos demócratas. El movimiento humanitario y pacifista tomó cuerpo y se inclinó por el desarme y establecimiento de organismos internacionales para dirimir los conflictos.
En este clima, el filósofo inglés Bertrand Russell fue una de las personalidades que advirtió el carácter agresivo y regresivo del ambiente cultural europeo, así como la posibilidad de una guerra de grandes magnitudes; rechazó todas las manifestaciones de nacionalismo y superioridad racial contenidos en las nuevas corrientes del pensamiento y adoptó una actitud pacifista, pero activa, que lo llevó a la cárcel.

Las alianzas políticas y las crisis marroquíes
Desde las últimas décadas del siglo XIX, las potencias habían establecido alianzas con el fin de aumentar su fuerza, apoyarse mutuamente en caso de guerra y ayudarse económicamente con inversiones o préstamos.
Tres imperios de Europa –el ruso bajo la dinastía Romanov, el austro-húngaro bajo la dinastía Habsburgo y el almeán bajo la Hohenzollern- organizaron la Liga de los Tres Emperadores (1873- 1878), pero ésta se debilitó por las fricciones entre Rusia y Austria en los Balcanes.
Para garantizar su posición frente a Rusia y Francia, Alemania reforzó su alianza con Austria. Ambos imperios firmaron un acuerdo (1879) defensivo y secreto, dirigido contra Rusia y eventualmente contra Francia. La presión ejercida por Inglaterra sobre Rusia, a causa de su expansión por Asia, motivó la firma de otro acuerdo secreto que no sería conocido hasta 1819. La firma de otro acuerdo secreto no sería conocido hasta 1918. Con él, Alemania, Austria y Rusia se comprometieron a mantener una neutralidad benévola en caso de que alguna de ellas fuera atacada por una cuarta potencia. Con ello nación la Alianza de los Tres Emperadores (1881-1887).
Los conflictos que enfrentaba Italia con Francia e Inglaterra por las posesiones coloniales propiciaron su acercamiento a los alemanes. Alemania señaló que una alianza con Italia tenía que incluir también a Austria. De aquí nació la Triple Alianza (Alemania, Austria e Italia). En esencia era un tratado defensivo respecto a Francia, del cual Austria e Italia sacaban grandes beneficios, pues podían practicar una diplomacia más enérgica. Más tarde se concretó la Doble Alianza entre Francia y Rusia.
Francia e Inglaterra habían llegado a entenderse en relación con ciertos problemas coloniales, como era el caso del norte de África. Francia había llegado a reconocer la posesión privilegiada de los ingleses en Egipto, e Inglaterra el derecho de los franceses a preservar el orden en el sultanto de Marruecos.
En 1902, después de ponerse de acuerdo con Italia y de planear con España la partición de Marruecos en dos protectorados, Francia empezó su penetración ahí. Como resultado de ésta, en 1904 fijó los límites de los protectorados y dejó a España en clara desventaja. Esto tuvo grandes repercusiones internacionales.
Alemania tenía intereses comerciales en Marrucecos y se consideró perjudiciada por los acuerdos de 1904. En lugar de hacer una reclamación frontal, los alemanes alentaron a los marroquíes a oponerse a los proyectos franceses. En 1905, el káiser Guillermo II desembarcó en Tánger y se declaró defensor del Islam. Esto desencadenó la primera crisis marroquí.
Como consecuencia del problema en Marruecos, Inglaterra, Francia y Rusia se unieron en la llamada Triple Entente (1905) contra los países de la Triple Alianza. Por primera vez, Inglaterra vio la posibilidad de intervenir en una guerra continental contra Alemania. La competencia naval entre Inglaterra y Alemania motivó a los ingleses a resolver sus diferencias coloniales con Rusia.
A partir de entonces, los países de cada uno de los dos bloques establecieron vínculos y compromisos con la finalidad de mantener el equilibrio de los poderes y protegerse del aislamiento en caso de agresión. Esto también significó que si llegara a ocurrir algún conflicto local, la guerra se expandiría en el continente.
En 1911 ocurrió la segunda crisis marroquí. El Reich había reconocido los intereses políticos de Francia en Marruecos a cambio de la libertad industrial y comercial de las compañías alemanas. En ese año hubo incidentes entre las compañías mineras francesas y alemanas, y Guillermo II mandó un cañonero a defender a sus nacionales. Francia, apoyada por Inglaterra, protestó pues temió el establecimiento de una base naval alemana en Gibraltar. Después de múltiples negociaciones, ambos imperios llegaron a un acuerdo, a través del cual Francia obtuvo el reconocimiento de su protectorado en Marruecos y Alemania compensaciones territoriales en el Congo. La paz se impuso de una manera muy precaria. Otros conflictos avivarían las discrepancias.

El ultranacionalismo en los Balcanes.
Desde fines del siglo XVIII, Polonia estaba dividida entre los tres imperios de Europa del este. A pesar de contar con una población entre 20 y 30 millones que se definía como polaca, sus principales ciudades estaban dominadas por otros: Varsovia pertenecía a Rusia, Danzing a Prusia y Cracovia a Austria-Hungría. Los polacos deseaban el renacimiento de una Polonia unida, independiente y autónoma.
Los países bálticos (Lituania, Letonia y Estonia) habían sido incorporados al Imperio ruso y, a principios del siglo XIX, Rusia se había posesionado de Finlandia. En todas estas zonas, el zarismo había intentado la rusificación lingüística y administrativa para contar con una autoridad nacional. Sin embargo, Alemania también tenía intereses en esos territorios.
Si bien antes de estallar la Primera Guerra Mundial el Báltico era una zona de especial tensión, las dos regiones de mayor conflicto eran la frontera de Alemania con Francia y los Balcanes.
En los Balcanes existían muy distintos pueblos que reclamaban sus diferencias y particularidad religiosa, étnica, lingüística y territorial (serbios, eslovenos, croatas, albaneses, montenegrinos, macedonios, griegos, búlgaros y rumanos).
En 1908, los austriacos se anexionaron Bosnia-Herzegovina y frustraron la esperanza serbia de apropiarse de ese territorio. Algunas sociedades secretas serbias, resentidas por la situación, se prepararon para atacar al Imperio de los Habsburgo con actividades terroristas. La acción austriaca también afectó los intereses de otras naciones: de Rusia, la cual estaba interesada en la zona balcánica; de Turquía, la cual veía posibilidades de hacer renacer su autoridad en este territorio; y de Bulgaria y Rumania, porque tenían el proyecto de expandir sus territorios a costa de Austria.
En 1911 el gobierno italiano decidió emprender una ofensiva para su expansión colonial. Le pidió a Turquía que abandonara Libia y, ante la negativa turca, se lanzó al ataque. La Guerra italo-turca fue aprovechada por los servios y búlgaros, quienes sellaron, con Grecia y Montenegro, la Liga Balcánica contra el Imperio otomano. En esta situación de acorralamiento, Turquía firmó la paz con Italia (1912) y le cedió Libia y las islas del Dodecaneso. Pero los aliados balcánicos continuaron su embestida y se apoderaron de diversos territorios turcos. Por otro lado, Albania, con el apoyo de Italia, proclamó su independencia. Así, el mar Adriático se convirtió en un mar italiano.
En 1912 y 1913 ocurrieron dos guerras en los Balcanes. Cada nación se apropió de territorios turcos y entró en conflictos con las otras. La confusión fue creciente en esta zona. Mientras tanto, la Triple Entente y la Triple Alianza cobraron un carácter cada vez más agresivo, armaron sus cuadros y entraron en franca oposición. Alemania y Gran Bretaña procuraron detener las ambiciones de estas jóvenes naciones y contener los intereses rusos y austriacos. Simultáneamente, buscaron asegurar sus propios avances navales y coloniales.
Al concluir las dos guerras balcánicas, se intercambiaron territorios y se realizaron mutuas compensaciones. Todo estaba en relativa calma cuando, el 28 de junio de 1914, Francisco Fernando, el heredero del trono del Imperio de los Habsburgo, junto con su mujer, fueron asesinados en Sarajevo por un estudiante patriota bosnio-serbio, de nombre Gavrilo Princip, miembro de la organización secreta Unidad o muerte.


PREGUNTAS DE COMPRENSIÓN.
1. ¿Cuáles son los antecedentes, que se mencionan durante todo el texto, de la Primera Guerra mundial?
2. ¿Por qué, a principios del siglo XX, se quería que el socialismo fuera un sustituto del capitalismo?
3. ¿A través de qué los trabajadores adaptaron nuevas necesidades a sus vidas?
4. ¿Por qué el papa León XII llamó a los trabajadores a unirse para la lucha por un trato laboral digno.
5. ¿Fracasaron o lograron sus objetivos las conferencias por la paz realizadas en La Haya?
6. ¿Qué países conformaban la Triple Entente?
7. ¿Qué países conformaban la Triple Alianza?
8. ¿Qué pasaba en la región balcánica a principios del siglo XX?

Actividades
1. Busca quién fue Karl Marx y cuál fue su papel dentro del desarrollo de las ideas socialistas.
2. Busca cuál es la posición del socialismo o comunismo respecto a la religión.

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